Escape de Nueva York

Escape de Nueva York

Cuando la Gran Manzana se preparaba para recibir una tormenta invernal que iba a paralizar la ciudad, yo viajaba a esta tierras gringas. No lo pensé dos veces. Solo quería huir del verano atroz, en el que la abuelita de la oficina se negaba a prender el aire acondicionado.

Fue una huida ágil, sin colas ni demoras crucé toda la ciudad, entré al aeropuerto, chequeé mi boleto y encontré una sala de espera vacía. Esto es importante porque volaba con un boleto de los que tienen que esperar un cupo y no tuve que hacerlo, sobraban asientos en toda la aeronave.

Llegué al amanecer y me recogió Cesarín, salimos del aeropuerto y un helado viento me sacó de la modorra que me acompañaba desde Lima, ¿Qué pasó? Es la tormenta que se acerca, ¿Qué tormenta? Estaba en todos los noticieros, se anunciaba desde hace semanas. Hoy ya era una realidad. Vine a pasar días de encierro con la family, rodeado de nieve, donde solo quedaba la expectativa de mi regreso.

U-Turn

A 48 horas para retornar a Lima, los medios informaban:

“Vientos superiores a los 100 km/h y hasta un metro de nieve, obligó a cancelar miles de vuelos y suspender las comunicaciones por tren y carretera. Desde Newark (donde yo me encontraba) hasta Maine, las nevadas fueron copiosas”.

Las aerolíneas cancelaron más de 4,300 vuelos, muchos de ellos en los aeropuertos principales de Nueva York. Y yo no podía darme el lujo de pasarme de la fecha de retorno. Por ello, ese mismo sábado estaba saliendo rumbo… a algún lugar del sur.

Corriendo en el Bush

Volé a Houston (Texas), el amigo Giani me ayudaría en el aeropuerto George Bush a reembarcar, todo estaba fríamente calculado. Viajé dos horas en un avión semejante a un bocho (el escarabajo de Volkswagen) con alas, que zumbaba como un abejorro enorme.

Al llegar no me recibió Giani, una menuda señorita me dio la mala noticia, el amigo se encontraba hospitalizado, había colapsado y caído de rodillas en el trabajo. En medio de su emergencia estiró la mano con una tarjeta de acceso al hotel que le pidió me entregara.

Cogí la tarjeta y me quedé solo. A mi alrededor todos estaban apresurados, en caos. No entendía a la gente, ni los murmullos ni llamadas. Olvidé el inglés pero llegué en un pequeño bus al hotel.

En la recepción, dos mujeres me hablaban al mismo tiempo en un dialecto desconocido mientras que la fila detrás de mí . Me dio la pálida, empecé a delirar, y cuando dejaba mi cuerpo, un joven tuvo la brillante idea de vocalizar y hablarme despacio. Así que pude tener una noche reparadora, desayunar unos huevos casi crudos que no quería y salir listo para pelear por un asiento.

Sin comida

Al ingreso nos divertimos con un agente de seguridad, moviendo sobre la mesa mis cajas de jugos y queques para ver quién se quedaba con ellas, por supuesto que él ganó, la ley estaba de su lado. En la enorme ventana, vi cómo la blanca nieve cubría decenas de aviones detenidos. Esperé cuatro horas para que me confirmaran que viajaría y tres más para que nos avisen que el avión partiría pero desde otra puerta, una que se encontraba distante, a unos 20 minutos, al otro lado del aeropuerto, el Gate C35.

Si seguimos con el ejemplo y el Bush sería un bocho , el Jorge Chávez es un triciclo.

Para llegar al Gate C53 los potenciales pasajeros corrimos por varios pasillos y cuando nos perdimos, ¡miren para arriba!, ahí están todas las señales.

Retomamos, subimos a un tren y tras unos minutos ya nos encontramos en la sala de espera respectiva, donde me hice de tres latas de gaseosas, galletas y chocolates que brindaban por la espera, no sabía si esta espera se prolongaría por días.

Pero un par de horas después pude embarcar, en un avión que se asemejaba a una gran combi de 10 filas de asientos, repletas de peruanos que reían, niños que lloraban y muchachos que tendía su ropa, el Perú ya estaba cerca.